lunes, 27 de octubre de 2014

(Hoy, un microrelato) Pensar

 La historia de mis pensamientos. Cómo su vida pasa atravesándome la mente en los sueños; otra vez esa oruga enamorándose de la mariposa que muere en ese preciso instante en que comienzo a despertarme, a crecer la oruga. Me levanto y en el baño frente a mi cara reflejada reaparece la imagen magnificada de la belleza desplegando sus alas de ojo. La belleza de la muerte disfrutada. Me lavo la cara porque hoy me cansé de la misma historia, quisiera arrancarme la piel y dejar de sentir.
Sin embargo, ya en la calle, me encuentro yendo al casino. De nuevo; como siempre. ¿La gente que me choca sabrá algo de mí? ¿Querrá saberlo? ¿Quiero yo saber de ellos? Por momentos sólo me alcanza con imaginarlos en historias claramente posibles, otras no tan reales, pero en casos especiales quisiera meterme en su combinación de cuerpo con mente para enterarme qué se siente ser otro. Esta muchachita parada enfrente, esperando el semáforo en oposición a mí. ¿Qué estará pensando? Me concentro en su cara, sus ojos marrones que demuestran el cansancio de la noche anterior, con ese pequeño brillito que sobre sale, tal vez estuvo llorando, tal vez esté por hacerlo, tal vez su novio la dejó, o tal vez haya sido su novia, o incluso tal vez llore por no saber cómo hacer para decirle a ella que la ama. Ahora los ojos me miran a mí, que debo parecer un ser desagradable, demacrado. Pasó volando, ojalá yo pudiese volar.

-Buenos días, señor Gutiérrez.
 Me saluda esta tipa, que yo no le sé ni el nombre. Me cansé de verla sonreír cada vez que entro, cada vez que entra cualquiera. Pero no de cualquiera recuerda el apellido. ¿Le gustaré?
-Cierren sus apuestas, señores.
 Hoy sí, hoy voy a ganar, va a salir, todo al veintiocho. Lo sé, hoy sí. Tiene que salir. Alguna vez tiene que salir. Estos caras de estúpido que me rodean no pueden tener mejor suerte que yo, sería inconcebible. Ni sus mujeres deben querelos. ¡Hoy sí!
-Negro el tres
-¡Vamos, carajo!
 No puede ser, no puede ser, no.
-Señor, tranquilo, puede lastimarse así.
 A mí nadie va a decirme lo que tengo o no que hacer, ni siquiera pensarlo. Yo sé muy bien. Yo sé todo. Hoy sí. Voy a ganar. Al 28 de nuevo.
-Impar el diecisiete
 Hay veces en que quisiera sólo romper todo. Romper porque sí. Porque mi fuerza puede destruirlo. Sin que me importe. Porque no lo hace.  Y así, envuelto en ira soy feliz.
-Señor, ¿está bien?
 Que no me toquen. Necesito ganar. Quisiera escupirles.
-Rojo el veintiocho.
-¿¡Qué!?
-Ah, resulta ser que sí hablaba
-Ja. Ya le iba a tocar
 Cállense, ¿qué saben ustedes? Gané. ¿Gané? ¡Sí!
-¡Gané!

 Voy caminando por el salón, todos saben que tengo un millón. Todos me envidian. Soy lo mejor que puede existir en este momento dentro de la penumbra del lugar. Irradio la mejor de las elegancias, la más deseada clase.
 Y ahora que salí, ya nadie lo sabe. Pero yo lo sé. Inconscientemente todas estas personas me envidian. Lo sé. Sí. Porque no interesa en realidad que sea uno más, soy uno más con algo que nadie más de todos estos demases tiene. Tengo plata, y mucha. ¿Saben? No, no saben. ¿Quiero que sepan? A veces quisiera saber qué es lo que despierto en la imaginación de los otros. Si es que llamo la atención de alguien, por algo, o si, por lo contrario, soy sólo esa cara que deseás no volver a ver, o, peor, ni siquiera debo quedar impregnado en la memoria de nadie. A veces quisiera ser aunque sea un alguien.

 Llegué a casa, tan rápido como esta mañana me vestí. La plata sobre la cama, la veo desparramada. Casi la siento moverse femeninamente. Monstruo que me ataca sin tocarme. Atrocidad que yo mismo inventé, sin necesidad. Me envuelve en sus lagos perdidos de mi propio yo. La bañadera ya está llena, y la máquina enchufada. Yo mismo hice esto, yo mismo lo hago. Ese billete gigante camina. Su cuerpo como mis manos sostiene la afeitadora, avanzando, seduciendo. Se acerca, minuciosamente. Ojalá pudiera frenarla. ¿Cómo hago? No, no quiero. Sí, tírala. De una vez, sí. Estoy seguro. Quiero morir.

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