La historia de mis pensamientos. Cómo su vida pasa
atravesándome la mente en los sueños; otra vez esa oruga enamorándose de la
mariposa que muere en ese preciso instante en que comienzo a despertarme, a
crecer la oruga. Me levanto y en el baño frente a mi cara reflejada reaparece
la imagen magnificada de la belleza desplegando sus alas de ojo. La belleza de
la muerte disfrutada. Me lavo la cara porque hoy me cansé de la misma historia,
quisiera arrancarme la piel y dejar de sentir.
Sin embargo, ya en la calle, me encuentro yendo al casino.
De nuevo; como siempre. ¿La gente que me choca sabrá algo de mí? ¿Querrá
saberlo? ¿Quiero yo saber de ellos? Por momentos sólo me alcanza con
imaginarlos en historias claramente posibles, otras no tan reales, pero en
casos especiales quisiera meterme en su combinación de cuerpo con mente para
enterarme qué se siente ser otro. Esta muchachita parada enfrente, esperando el
semáforo en oposición a mí. ¿Qué estará pensando? Me concentro en su cara, sus
ojos marrones que demuestran el cansancio de la noche anterior, con ese pequeño
brillito que sobre sale, tal vez estuvo llorando, tal vez esté por hacerlo, tal
vez su novio la dejó, o tal vez haya sido su novia, o incluso tal vez llore por
no saber cómo hacer para decirle a ella que la ama. Ahora los ojos me miran a
mí, que debo parecer un ser desagradable, demacrado. Pasó volando, ojalá yo
pudiese volar.
-Buenos días, señor Gutiérrez.
Me saluda esta tipa, que yo no le sé ni el nombre. Me cansé
de verla sonreír cada vez que entro, cada vez que entra cualquiera. Pero no de
cualquiera recuerda el apellido. ¿Le gustaré?
-Cierren sus apuestas, señores.
Hoy sí, hoy voy a ganar, va a salir, todo al veintiocho. Lo
sé, hoy sí. Tiene que salir. Alguna vez tiene que salir. Estos caras de
estúpido que me rodean no pueden tener mejor suerte que yo, sería inconcebible.
Ni sus mujeres deben querelos. ¡Hoy sí!
-Negro el tres
-¡Vamos, carajo!
No puede ser, no puede ser, no.
-Señor, tranquilo, puede lastimarse así.
A mí nadie va a decirme lo que tengo o no que hacer, ni
siquiera pensarlo. Yo sé muy bien. Yo sé todo. Hoy sí. Voy a ganar. Al 28 de
nuevo.
-Impar el diecisiete
Hay veces en que quisiera sólo romper todo. Romper porque
sí. Porque mi fuerza puede destruirlo. Sin que me importe. Porque no lo
hace. Y así, envuelto en ira soy feliz.
-Señor, ¿está bien?
Que no me toquen. Necesito ganar. Quisiera escupirles.
-Rojo el veintiocho.
-¿¡Qué!?
-Ah, resulta ser que sí hablaba
-Ja. Ya le iba a tocar
Cállense, ¿qué saben ustedes? Gané. ¿Gané? ¡Sí!
-¡Gané!
Voy caminando por el salón, todos saben que tengo un millón.
Todos me envidian. Soy lo mejor que puede existir en este momento dentro de la
penumbra del lugar. Irradio la mejor de las elegancias, la más deseada clase.
Y ahora que salí, ya nadie lo sabe. Pero yo lo sé.
Inconscientemente todas estas personas me envidian. Lo sé. Sí. Porque no
interesa en realidad que sea uno más, soy uno más con algo que nadie más de
todos estos demases tiene. Tengo plata, y mucha. ¿Saben? No, no saben. ¿Quiero que
sepan? A veces quisiera saber qué es lo que despierto en la imaginación de los
otros. Si es que llamo la atención de alguien, por algo, o si, por lo
contrario, soy sólo esa cara que deseás no volver a ver, o, peor, ni siquiera
debo quedar impregnado en la memoria de nadie. A veces quisiera ser aunque sea
un alguien.
Llegué a casa, tan rápido como esta mañana me vestí. La
plata sobre la cama, la veo desparramada. Casi la siento moverse femeninamente.
Monstruo que me ataca sin tocarme. Atrocidad que yo mismo inventé, sin
necesidad. Me envuelve en sus lagos perdidos de mi propio yo. La bañadera ya
está llena, y la máquina enchufada. Yo mismo hice esto, yo mismo lo hago. Ese
billete gigante camina. Su cuerpo como mis manos sostiene la afeitadora,
avanzando, seduciendo. Se acerca, minuciosamente. Ojalá pudiera frenarla. ¿Cómo
hago? No, no quiero. Sí, tírala. De una vez, sí. Estoy seguro. Quiero morir.
Que personaje tan inestable. Con razón le piden que se tranquilice.
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